Una muerte que revive viejas sombras

Era una tarde de junio cuando, bajo el cielo gris de Bogotá, se escucharon los disparos que paralizaron todo un país. Miguel Uribe Turbay cayó desde una tarima improvisada en el parque El Golfito, aquél joven senador y precandidato presidencial que, con paso firme, comenzó su ascenso como voz emergente en la política colombiana .
Durante más de dos meses, su cuerpo lo sostuvo la esperanza. En la Fundación Santa Fe, sometido a neurocirugías, resguardado por máquinas y manos expertas, Miguel luchó entre el silencio indignado de un país marchando en su favor . Pero este 11 de agosto llegó un último parte médico, pronunciado como un tropiezo. A la 1:56 a.m., su corazón dejó de latir. La hemorragia cerebral que complicó su condición tuvo la última palabra .
El país vio, en la pérdida de Miguel a los 39 años, un espejo del pasado. Su madre, la periodista Diana Turbay, fue víctima del narcoterrorismo hace más de tres décadas. Y ahora fue él quien cayó, joven y prometedor, marcado por aquella historia familiar. El hilo trágico se repite y pesa: “La historia se repite”, escribieron medios hoy .
En las calles, se alzó el duelo colectivo: velatones, tres días de duelo. La Casa de Nariño, el Capitolio, gobernadores, alcaldes y congresistas, todos compartieron el dolor. “Esta es una derrota de Colombia,” escribió Gustavo Petro. “Mataron la esperanza”, dijo Álvaro Uribe Vélez.
Y en medio de tanto desconcierto, quedó el eco del mensaje más íntimo: el de su esposa. En una publicación que conmovió al país, María Claudia escribió desde el alma, con el corazón abierto:
“Nuestro amor trasciende este plano físico… yo cuidaré a nuestros hijos” .
Miguel Uribe Turbay no solo murió víctima de la violencia política; su partida descarnada revivió fantasmas, exhumó temores y encendió la demanda por protección real y diálogo genuino. La sombra del pasado volvió a acechar, y con ella, el país redobla su llamado a una política sin balas, a una democracia que no retrocede, a una esperanza que no muere.